Desde hace unos años,
la vida me ha ido demostrando mediante lecciones magistrales qué significa amar, respetar, añorar, soñar, desear,
valorar, olvidar, luchar y llorar. Me ha ido ofreciendo reglas para apreciar el silencio, la alegría, la
tranquilidad, la autonomía y la soledad. Y poco a poco, me va abasteciendo de
aquello que en cada momento he necesitado o necesito aprender y saber para ir
sobreviviendo en mis hazañas.
A través de ello, he
observado, que esta vida pasajera en la que vivimos está formada mediante
capítulos que van y vienen navegando por las aguas de nuestro mar, viéndose muy
influenciados por los diversos timones que manejan nuestro barco, como pueden
ser: la honestidad, la creatividad, la ética, la exigencia, la paciencia, el
optimismo, la sinceridad, la lealtad, la organización, la voluntad, la
superación, la constancia ante algo, u otras cosas, que van conformando nuestro
ser.
Ante ello, podría decir
que mi ser, está forjado por una diversidad de capítulos, y que cada uno de
ellos me ha ido enseñado algo distinto. Podría decir que, como si de un libro se tratase mi vida,
a través de mis capítulos, voy dando forma, color y sentido a todo aquello que
me rodea, eligiendo entre dar la vuelta a la página y seguir escribiendo
hazañas complementarias o empezar un nuevo capítulo. Evidentemente, y como diría el anciano sabio, ni
todos estos capítulos son lindas rosas, ni todas las flores tienen espinas.
Actualmente, mi
historia se narra desde la objetividad de mis antiguas escrituras y la creación
de una nueva que complementa lo que ya sé, llevándome a sentirme más segura y más satisfecha de mi día a día,
dándome la oportunidad de escribir historias desde la creatividad del esfuerzo,
la amistad, la constancia, el trabajo, la añoranza, el aprecio y el amor
por lo que hoy puedo ser, tener y vivir.
Mi último capítulo de
este año, se ha forjado en tierras gallegas. Como si de un rompecabezas se
tratase, y poco a poco, mis avances se han ido formándose a través del sentido
que el amor da a la lucha de superar todo aquello que en este transcurso me ha
ocurrido. He de echar la vista hacia atrás, para refrescar mí memoria y ver que
fuí en búsqueda de autonomía y de superación persona a Santiago de Compostela. Que
al llegar, no podía peinarme, vestirme, sentarme en el filo de una cama, no
tenía fuerza en mis brazos, no movía mis piernas, no tenía apenas sensibilidad...
No era capaz de hacer tantas cosas, pero, que poco a poco y como si de un lindo
arcoíris en el cielo se tratase, cada parte de mi cuerpo iba tomando cada vez
más sentido. Que con calma, la vida me sumergía en sensaciones que creía perdidas,
llegando a conseguir parte de esos sueños que tanto había aullado entre llantos
a la luna azul y que tantas noches mis sueños me habían desvelado por esos
deseos de superación. Era todo tan surrealista como realista a la vez, que aún
a día de hoy, tengo miedo despertar y que todo lo que he recuperado sea un
simple sueño de esperanza.
Era tan difícil el
creer volver a sentir que eres capaz de recoger un pañuelo del cuello que se ha
caía al suelo. Era imposible poder experimentar ponerte un pantalón, una
camiseta, una rebeca o chaqueta, un sujetador, unos calcetines, una zapatilla...
por mí sola. Pero gracias a esta oportunidad que la vida me quiso dar, llegó a
mí nuevas sensaciones que hacía años no sentía. He alcanzado metas que me han
hecho sentirme dueña de mi propia vida, capaz de decidir por mí misma. Algo
como poder llegar a un sitio y ponerte o quitarte una chaqueta porque te dé
frío o calor, me ha hecho sentirme feliz.
Por ello no puedo
evitar sentirme nostálgica por la partida de este lugar que me hizo evolucionar
con vivencias llenas de historias donde la relación humana toma gran
importancia y mi rumbo da un sentido de amistad, lucha, superación y
agradecimiento por los que se me ofrecía y me ofrece en este instante la vida. Es
inevitable sentir que mi garganta tiemble y se me nublan los ojos al saber que
aún mi cuerpo puede dar más, pero mí economía no me impide luchar. Da dolor
saber, que mi alma llora desconsolada, pues no sabe cuándo podrá volver a la
tierra que le hace crecer. Pero a pesar de ello, he de vivir cada día,
aprovechando la sabiduría de mi pasado, dejando que el futuro llegue en el
tiempo adecuado, aunque ahora el cielo esté rasgado, se levante viento y el mar
se vuelva picado, pues esto hará que el marinero se convierta en el capitán del
barco y la felicidad llegue de la mano.
Por todo esto vivido,
he de agradecer, a esos que cada día viven junto a mí todos los pasos que mi
ser va dando en la orilla de este nuevo mar. A esos que me abrieron las puertas
de su casa y me la ofrecieron como propia y ahora son parte de mi familia. A esos que
hacen, que mi estancia en Galicia sea liviana a través de su compañía y sus sonrisas. A esos que hacen que las
olas de este mar sean más fáciles de navegar. A esos que me hicieron
luchar por un paso más hacia la
libertad.
Gracias por dejarme
sentir que nunca puedo olvidarme de sonreír, pues ello dará paciencia para ver madurar los
frutos que en mí vida están y poder así apreciar su dulzura. Dulzura que me
dará el cambio de mi mundo.
La vida es tan incierta,
que la felicidad debe ser aprovechada en cada momento que se presta, adorando todo
aquello que se tiene, porque poco a poco todos los mares se serenan y todas las
piezas de un puzle encajan.