sábado, 4 de junio de 2016

" En la vida, no se cuentan los pasos que has dado, sino, las huellas que se han dejado en el camino"


 Desde mi lesión, mis ojos siempre se han fijado en todas aquellas personas que veía ante mí. Me fijaba en sus movimientos, en la contracción de sus músculos al levantarse de una silla, al coger un vaso, al peinarse, al recoger un objeto del suelo...

Comparaba y aún comparo, el aprendizaje de un niño, en sus primeros meses de vida,  con el de una persona como yo que padece limitaciones físicas en la habilidades cotidianas, y que se ve sometida a la reeducación de sus movimientos para llegar a conseguir habilidades tales como mantenerse sentada, manipular libremente sus brazos mientras sujeta un objeto, poder movilizar las piernas en el pedaleo de una bicicleta... Como si del  juego de las 7 diferencias se tratase, cuando me detengo en esa observación, percibo dónde está el límite de la superación entre ese niño inocente y yo. Aunque a simple vista se vea como algo ilógico esta comparación, creo que es bastante coherente, pues ambos de una manera u otra estamos comenzando a vivir en un contexto donde hay que luchar para vivir de la mejor manera posible la hazañas de nuestra historia.  

Entre estas diferencias, se encuentran: que el niño no es consciente del miedo y de ahí que no tenga límite, y que yo sin embargo, soy consciente del miedo y eso me hace tener vigente mis limitaciones, que el niño es arriesgado y juega con la ignorancia de no conocer que es el dolor al caer, y yo por el contrario, sé que es el dolor y por tanto que es caer, haciendo que la conciencia de ello esté  presente en mi juego.

Todo esto, hace que la consolidación de una situación sea más compleja en mi reeducación que en el aprendizaje espontaneo de un niño.

Pero... ¿por qué la consolidación de este aprendizaje es tan compleja?... ¿Cuántas son las cosas que dejamos de hacer por miedo y por ello vivimos en la ausencia del aprender de la vida? ¿Dónde está el límite de superación y aprendizaje de uno mismo?, ¿está en la tinieblas de lo que creemos que podemos hacer o no hacer?,  ¿en el conocimiento del miedo y el dolor?, ¿está en la ignorancia del no saber? o ¿en la sobre protección hacia ti?

Tras esta tormenta de peguntas, he podido tener en cuenta, durante los casi 7 meses que llevo viviendo esta aventura, y a través de la observación de mi misma, que en ocasiones he sido víctima de mi propio desconocimiento hacia la verdadera estatura que tienen las cosas, haciéndome una ignorante de mi propia independencia. Que he llegado a ser dependiente de una persona en una situación que podía perfectamente controlar y manejar por mí misma, por el hecho de creer que no podía hacer una acción (por ejemplo colocarme los pies, sentarme al borde de una cama, recogerme el pelo, llegar al alcance de un objeto...) antes de probar hacerla o por la simpleza de la comodidad. Que en algunas ocasiones, me he dejado llevar por la protección de la burbuja del amor familiar, en el que te dejas mimar y no luchas frente a la marea de tu espacio hacia la independencia, ganando la rapidez al dejar que te realicen una tarea concreta, dejando así escapar la satisfacción de realizar las cosas por una misma y de la manera que solo una persona desear hacer. Que no he tenido presente, que el ser humano ha de ser víctima  de creer que debe ser perfecto,  para cometer así errores y a través de ellos aprender. Que no me he dejado ganar ante la imposición de la protección, haciéndome a mí misma un ser vulnerable ante la mejoría de mi propia evolución.  
 
Pero hoy, siendo mis músculos los propios protagonistas de mi visualización a través de un espejo mediante mi rehabilitación, dejo fuera el miedo al dolor, la sobreprotección y la sumisión, y  me sitúo frente a frente a mi limitación, para que en ese preciso instante, mientras veo el movimiento, pueda consolidar más información de la movilidad de todo mi cuerpo, para así, dar la importancia no sólo a lo que he hecho, sino, a lo que conlleva esa acción. Porque gracias a esa integración y exposición diaria,  puedo ejecutar más movimientos con mis brazos, mi tronco, mis piernas... que me lleva a mejorar la forma de desvestirme y vestirme con más soltura que antes, reorganizar mejor mis alcances hacia un objeto, poner y quitar el posabrazo de mi silla, asearme sin necesitar tanto apoyo de los demás, de ser más consciente de la colocación de mi cuerpo y colocar en una mejor posición mi pie o cadera..., es decir, soy capaz de ir contando los pequeños pasos que dejan huella en este camino andado hasta ahora, para obtener una mejor autonomía.  Soy capaz de observar mi evolución a nivel físico y mental que me lleva a avanzar.

Pero a pesar de toda mi evolución hasta ahora, y de la enorme satisfacción que siento por mis progresos alcanzados,  hay que ser realistas y tener presente que es muy rápido pensar en mejorar, pero no lo es tanto en hacerlo notar. Que es muy fácil soñar con ser más independiente en tu día a día, pero que cuesta y dura más conseguir alcanzar ese sueño, y así se puedes ver con objetividad, la esencia de mi propia realidad. 


Por tanto, he de seguir este camino al que aún le quedan muchos piedras que superar, teniendo en cuenta que... "la fuerza de luchar por aquello que quieres alcanzar, no proviene de la capacidad física que tengas, sino, de la voluntad indomable que maneje tu alma para aquello que quieres lograr".



Besos desde Galicia

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